Ciudad y discapacidad
- uspdesarrollo
- 19 nov 2014
- 4 Min. de lectura

¿Han escuchado acerca del parkour? Ágiles seres humanos desplazándose por medio de acrobacias entre los elementos del paisaje urbano. Es una disciplina exigente y hace falta mucha práctica para dominarla, en otras palabras, no es para cualquier persona…En el otro extremo de la movilidad peatonal tenemos a aquellos que sólo pueden soñar con moverse como los practicantes del parkour, de hecho, anhelan poder moverse tan siquiera como una persona normal, hablamos de las personas con discapacidad.
Reflexionemos por un momento lo que es transitar por las calles de la ciudad…en las ciudades mexicanas…banquetas rotas, otras privatizadas, otras más inexistentes, desniveles, escaleras en los accesos a los edificios, escaleras para subir al transporte público, personas abusivas que ocupan los lugares especiales (los lugares azules), semáforos mal programados y un largo etcétera…
Desde hace mucho tiempo me percaté de la importancia del así denominado “diseño para la movilidad universal”, que no es otra cosa que diseñar los espacios públicos, los espacios urbanos de tal manera que aquel individuo con mayores dificultades de motricidad pudiera desplazarse sin contratiempos a través de la ciudad. Sin embargo, no fue sino hasta hace poco más de un año que verdaderamente tomé conciencia de lo que implica contar o no con una configuración espacial urbana accesible para todos.
Hace poco más de un año tuve un incidente que me dejó sin la capacidad de mover la pierna derecha. El no poder caminar de manera normal me llevó a sentir lo que las personas con discapacidad (o con capacidades diferentes, si lo prefieren) han sentido desde hace mucho tiempo, es un viaje personal que me ha llevado a descubrir sus puntos de vista, sus sentires y sus saberes sobre la otra cara de la ciudad, una que la mayoría de nosotros no vemos sino hasta que somos tocados por una situación que restringe nuestra movilidad.
Esa otra vida urbana, en las sombras, pasada desapercibida muchas veces hasta por el mismo gobierno, poco valorada por los diseñadores e ignorada por una sociedad absorta en su irrefrenable obsesión por la imagen. Ante esto último, los discapacitados somos poco más que una curiosidad que a veces se deja ver por las calles de la ciudad, dispersos entre las tribus urbanas y los ritmos cotidianos de los habitantes.
Cancún, por ejemplo…¿has pensado cómo es para un discapacitado cancunense la experiencia de ir a la playa? ¿cómo mueves una silla de ruedas en la arena? ¿de qué manera podrían nuestros accesos públicos a las playas ser mas incluyentes?
Ahora, estas mismas reflexiones las podemos trasladar a prácticamente cualquier actividad urbana como por ejemplo, el transporte público. ¿Porqué seguimos utilizando autobuses de piso alto?
También podemos reflexionar sobre la idoneidad de las normas de construcción establecidas en materia de accesibilidad tales como rampas de acceso, cajones de estacionamiento y elevadores. Muchas de estas normas han sido establecidas por gente que no sabe lo que es vivir una situación de discapacidad, se basan en su juicio para decidir qué es lo que los discapacitados necesitan. De ese modo podemos tener rampas que no tienen el ángulo de inclinación adecuado, cajones de estacionamiento insuficientes, mal ubicados o de dimensiones incorrectas y demasiados desniveles dentro de los edificios.
Son muchas las reflexiones sobre este tema, como urbanista sé de la importancia del mismo, pero como discapacitado vivo las fallas que los planificadores hemos tenido al gestionar un espacio para todos.
De ese modo, lo primero es un llamado para hacer conciencia. Empecemos por respetar los pocos espacios que ahora existen. El cambio educativo frente a estos temas empieza por reconocer que las personas que no integran la norma también tienen derecho a la ciudad.
Segundo, necesitamos responsabilidad compartida, cada quien necesita hacerse responsable sobre el papel que le toca, ya sea como persona normal que respeta los espacios especiales, las autoridades, encargadas tanto de elaborar las normas como de hacer cumplirlas y de mantener en buenas condiciones la infraestructura urbana y hasta nosotros los discapacitados, realizando los trámites que sean necesarios para por ejemplo, obtener un tarjetón de discapacitado. Si no hay ese respeto por la norma y desde luego, normas bien hechas y fundamentadas, el derecho a la ciudad de una parte importante de la población seguirá siendo negado.
Tercero, necesitamos un cambio de paradigma al diseñar espacios públicos, pasar de una predominancia de la estética a la predominancia de lo funcional, del “se ve bonito” al “esto funciona”. Si no procuramos que el espacio urbano sea accesible para todo tipo de usuarios mantendremos el modelo de segregación espacial por “tipos” y “clases” de personas, separadas por “capacidades”, “edades”, “condiciones sociales” y demás etiquetas que lo único que hacen es negar el acceso pleno del derecho a la ciudad. La ciudad no debiera ser un lugar “exclusivo”, sino incluyente, no debiera ser el reflejo de la imposición de una clase social sobre las demás sino la expresión de la integración social. Dicho esto, la configuración espacial de la ciudad debiera ser apta para la circulación de los discapacitados, apta para que los niños jueguen en ella, apta para que las personas mayores la recorran y disfruten, apta para las expresiones culturales. Aunque una ciudad con múltiples obstáculos es un reto y la delicia de los practicantes del parkour, no permitamos que la ciudad sea apta solo para ellos…
No quiero que sea solo mi voz la que sea escuchada, en futuras entregas estaré presentando entrevistas con personas que viven esa ciudad oculta.
Por ahora los dejo con una frase de don Memo Castillo, activista en pro de los derechos de las personas discapacitadas (y discapacitado también): “Es mas fácil que el día de mañana una persona sana quede discapacitada a que yo vuelva a caminar”.
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